Son las cuatro de la tarde por cualquier calle de cualquier pueblo, el día es gris pero el sol ilumina el mar de cabezas; por estos días el clima es caótico e indescriptible. Las nubes se elevan del suelo, porque el calor evapora las gotas de la lluvia de la mañana. Desde una esquina hacia la otra, alcanzo a observar un pequeño grupo de personas, sigo mi camino consiente de que en algún punto me encontrare con el de ellos. Siempre he tenido un instinto morboso por analizar los comportamientos de los otros seres (vicios de la amada soledad) en este caso no era lo contrario y cuando tenia al grupo a metro y medio de mi existencia, sentí una sensación indescriptible, parecida a la fuerza de un imán, que me obligo a girar mi cabeza hacia un extremo y centrar mi atención en un ser del sexo femenino que caminaba distraída y excluida de la energía dinámica del grupo que la acompañaba.
En un segundo preciso, nuestras miradas se encontraron con el alma desnuda y el camino libre para viajar en ese universo desconocido de la individualidad, para experimentar la verdadera naturaleza del miedo y el origen más primitivo de la humanidad.
Una mirada es como una violación tierna y pasional de dos almas que se regocijan en el éxtasis de la superioridad.
Camilo